Al llegar a las ruinas de Epecuén, encontramos esta frase grabada en la piedra de un hito.
Cien años son otro hito. Constructores de Fuego suma su arte a este recordatorio. Cien primeros años donde pasaron cosas que dejaron huella y que vuelven en recuerdo, en ecos, en voces y músicas viejas y nuevas, que cambian, pero que nunca se apagan.
Desde los archivos fotográficos las figuras humanas se ponen de pie, con su tamaño real, talladas en madera y cubiertas por el blanco de la sal. Son como fantasmas dichosos que vuelven a poblar con su antigua alegría esas calles, hoy derruidas. Extrañeza: de todos los rincones se va acercando un latir de tambores y bombos iluminados por antorchas. Cerca de las siluetas se encienden pequeños fueguitos, y las imágenes parecen cobrar vida al contraste de la luz. Toda la avenida principal se ilumina. El rojo del atardecer cae hacia el lago. Los tambores, las antorchas y los visitantes acompañan. En la orilla una orquestita típica rescata y toca esas músicas.
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